Una cierta libertad por estos días



El domingo subí a la medianera de la terraza.
Fue un día hermoso,
observé el otoño desplegarse en los árboles. 
En la quietud entreví cómo 
pasa el tiempo a través de nosotros.
Cómo lo hace con calma.
A ritmo pausado, lento.
Sentí que mi cuerpo, nuestros cuerpos, 
todavía no habían llegado a ese pulso.
Que cabalgan aún sobre los ecos del antiguo pentagrama
de una vida que ya no existe más.
De una vida que tenemos que doler
que despedir
que llorar.

Fue un día extrañamente mágico, hermoso al caer la tarde.

Percibí el silencio, la savia corriendo por las ramas, el aire moviendo las hojas.

¿Cómo puede ser entonces

que horas más tarde el Monstruo Bobo me quite la vida, me quite el sueño?

Hoy me acosté para olvidarme de la presión del Monstruo Bobo.
Dormir era mi único consuelo.
Y sentí, sentí en el cuerpo, cómo mi alma se acomodaba.
Vengo sintiéndola bastante, mucho dialogar con ella a ojos cerrados.
Se va buscando la línea directa.
Con suerte se manifiesta de manera física. Es bella e impresionante.
Es la certeza de cómo estamos habitados.

Otra vez el monstruo. Tengo qua deshacerme de él.

Me va a tomar tiempo triturarlo.
Pero ya lo dije varias cartas, renglones y días atrás.
Soy fuerte. Me hice fuerte. Quedaré fuerte.
E inesperadamente viva.
No sé cómo será esa nueva forma mía.

No veo la hora de deshacerme de los miedos y del monstruo, es un deseo hambriento, para escribir libremente sobre lo que ando imaginando estos días.
Que no tiene forma, que no tiene vida.
Aún.
Pero la tendrá.

Me siento verdaderamente viva.
Aunque perdiera la vida pronto.
Hubo algo en estos días que me hizo sentir verdaderamente viva.














El monstruo bobo. Tan bobo no parece.

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