Concierto en Viena

Querida Manuelita, ¿cómo estás?

          Por fin encuentro el momento para escribirte, y lo hago desde Viena, esta preciosa ciudad alzada a orillas del Danubio. Hay algo en su presencia que me recuerda a Praga, ambas formaron parte del Imperio Austrohúngaro, aunque aquella resultaba más dispar y plural, con mayor mezcla de estilos en sus edificios, y un castillo en lo alto que la coronaba, como una corona completa la vestimenta de los reyes.


        Viena en cambio es más uniforme, pero no por ello menos atractiva. Su elegancia y prolijidad es tal, que a veces siento estar caminando en la escenografía de un gran teatro que me tiene como protagonista. ¡Oh, el teatro, querida Manuelita! Tal vez hasta tenga la suerte de asistir a alguna función en la Opera, el hermoso edificio que puedo ver en este momento desde la ventana del escritorio en que te escribo. Es que, a través de Madame Cleraux, quién supo tener una gran gentileza conmigo, en Viena me alojo en lo de Herr Stephan J. Schmidtt , primo segundo suyo y bohemio ilustrado que participa activamente en la vida cultural de esta ciudad, a quién le resulta divertido introducirme en sus reuniones de alcurnia y presentarme en sociedad. Estos eventos son un punto de encuentro importantísimo en la vida social vienesa. Oh, Manuela, ¿quién lo hubiera dicho? Me descubro codéandome con miembros de la alta sociedad, con poetas, escritores, músicos… en definitiva, ¡con artistas! Podrás deducir lo excitante que me resulta todo eso. Se trata de un mundo fascinante y misterioso, aunque no llegue a comprenderlo del todo. Ayer por ejemplo, bien entrada la noche, cuando parecía que la fiesta estaba llegando a su fin, Loretta Bürgerin, una célebre y aclamada amistad de Schmidtt, se acercó al piano de cola y comenzó a tocar una pieza que fue acallando el tintineo de las copas, y lentamente concentró a todos a su alrededor. 

         ¡La hubieras visto! Loretta cerraba los ojos al tocar, sin abrirlos en ningún momento. La melodía resultaba delicada, con algunos crescendos temperamentales que levantaban el ánimo y un leve rumor entre los presentes. Súbitamente, en un giro melódico inesperado, Loretta abrió los ojos: algo en su mirada se había transformado, era como si interpelara a su auditorio mientras tocaba cada vez más rápido el staccato de la curiosa composición. Herr Schmidtt y dos de los invitados comenzaron a vivar la performance y, como un soplo de aire que enciende más una llama, Loretta comenzó a reír echando su cabeza atrás mientras llevaba el movimiento a su firbus tremebunda con una pasión que parecía desbordarla. Unas lágrimas comenzaron a surcar su rostro y ella, entre la risa y llanto, seguía adelante con la pieza. Los escuchantes, acalorados, la acompañaban en su rictus de pasión, cuando un invitado, quitándose el saco y lanzando su copa al aire, llevó consigo a dos damas arriba del piano de cola para acompañar con una danza el rittornis vivae que ya daba un nuevo giro en la interpretación. Herr Schmidtt los siguió y en pocos minutos el improvisado auditorio entero estaba danzando al ritmo de Loretta que, endemoniada, declamaba frases en un idioma que se parecía más al polaco que al alemán, aunque yo no entienda ni uno ni el otro. No hacía falta entender polaco, querida Manuelita, para comprender que todos la estaban pasando muy bien. ¡Y yo también! Aplaudía y aplaudía al son vivante del concierto entero sin entender demasiado, aunque me daba cuenta, sí, que en el ambiente vibraban la algarabía y la inspiración, y que tanto las velas como el alcohol se iban consumiendo a la par de todo aquello.


          Cuando por fin la luz del día asomó por la ventana, ya los ánimos estaban calmos, y pude ver que Loretta, vacía luego de tamaña entrega, yacía sobre el piano. El resto yacía también en los sillones, en los sofás, en las alfombras. Poco a poco se fueron levantando y, discretamente, retirando uno a uno. El último en irse se dirigió al guardarropas y, apenas abrió el ropero, una damisela en paños menores asomó la cabeza asustada y huyó de inmediato por alguna puerta trasera. Detrás de los abrigos se encontraba también Herr Schmidtt, que en un solo movimiento se desplomó sobre el suelo. Pero, oh Manuela, ni el golpe seco logró despertarlo. En su rostro se dibujaba una sutil sonrisa que todavía conserva.


         Ahora estoy preocupada, querida amiga mía, sigue dormido desde entonces. Velo para que no sea nada grave. De vez en cuando un ronquido ruidoso o alguna flatulencia indiscreta me confirman que sigue vivo, pero todos se han retirado de la mansión y me he quedado sola, a su cargo. ¿Qué hacer, Manuelita? Ya se despertará, pienso, y mientras miro por la ventana el hermoso edificio de la Ópera que tengo enfrente. ¡Qué lindo sería que despertara y me llevase a ver lo que hay allí adentro! Se me ocurre que en las óperas debe haber historias de pasiones, amoríos y excesos. Desde aquí, obligada hoy un poco por las circunstancias, miro el edificio con anhelo... 


          Querida amiga, no quiero aburrirte más. Sólo te pido que me escribas para contarme cómo sigue Tía Elena, si aquel grano en la nariz se hizo más pequeño, o si sigue enorme y con ese tinte verde con pintitas violáceas de las que me hablaste en tu carta anterior. Me preocupa…

          Tuya, 

                                                                                                        Isabella






* * FOTOBUTIKA ILEGAL * *

Hemos conseguido capturar a Isabella en imágenes. Si se presta atención, podrá notarse que parece divertirse a la par de cualquier invitado, lo cual nos lleva a pensar que tal vez sus relatos no sean tan fieles a la realidad. Abajo, las pruebas.



 Detrás de este grupo de miembros de la sociedad cultural vienesa, puede distinguirse la figura de Isabella, con su clásico pañuelo.

 Se hace evidente que Isabella participa activamente del consumo vitivinícola de estos encuentros culturales.
 
  Isabella pareciera invitarnos a participar del encuentro. ¿La otra cara de su personalidad?


Comentarios

  1. Mi estimada,
    que foto más sugestiva.
    La saludo desde tierras cercanas.

    Atte.

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  2. Vio, Perla? Pocos recursos tecnicos, sumados a alguna accion mas o menos bien vista, elevan las pavadas a la categoria de sugerentes... solo resta seguir usando pañuelos en la cabeza para conservar la elegancia.

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