Carta desde el pasado continuo // Boceto.
Te escribo desde Buenos Aires, desde un tiempo sin tiempo
que se transita todavía con la calma de quién mira caer las hojas en otoño.
Soy pequeña, Manuela, tengo mi vida por delante. Soy la
primera de tres. Vos serás la segunda. Y luego vendrá una más; pero
para eso falta, no quiero adelantarme.
Mientras te escribo, ya te pienso desde esta ciudad tan
inherente, tan mía, tanto que tal vez me marque para siempre y no pueda dejar
de mirar el mundo sino desde el Río de la plata, plateado, brillante.
En Buenos Aires no hay nieve como en las historias que me
leen cuando me voy a dormir. Eran historias en las que caía nieve. Eso sólo
pasa en los cuentos. A veces tenían princesas que se desvanecían en un río,
mujeres que con su música deliraban a auditorios enteros. En mi ciudad, en cambio, los edificios tapan las iglesias, una
extraña casa de playa mira hacia el obelisco, y la arquitectura tiene algo
amontonado y de cachivache que la hace única. Cada vez que diga esa palabra,
cachivache, vas a esbozar una sonrisa, por eso te la escribo hoy, aún antes
que puedas escucharla y que juguemos de cerca, juntas.
Quiero contarte que me encantaría viajar, recorrer el mundo.
Caminar sobre los pasos de quienes lo marcaron con los suyos y le dieron forma
al mundo en el que viviré mi vida. Y quiero, sobre todo, encontrar las palabras
que me ayuden a narrarlo, que nada quede perdido por ahí y no encuentre su
lugar en la memoria. Por eso voy a necesitar tanto de ellas, las palabras. Las
usaré también para ser otros, muchos otros que no son yo, y luego de esa Odisea
de extranjería tal vez pueda volver aquí para enterarme quién soy. Esto te lo
puedo decir sólo a vos: todavía no lo sé.
Quisiera algún día escribirte desde París, contarte que
estuve en La Place de la Concorde, redonda como trazada al compás, y que pude
ver el Arco de Triunfo especialmente diseñado para la entrada de Napoleón
Bonaparte cuando volvía victorioso de la guerra. Te voy a escribir desde
ciudades maravillosas, te escribirán diferentes Isabellas. Querré contarte que
fui al Coliseo de Roma y me encontré con todos sus dioses en las ruinas; que en
Lisboa me topé con una melancolía musical e infinita y un río marrón parecido
al nuestro; que en Centroamérica vi ciudades junto al mar y mirando el
horizonte imaginé piratas y tesoros enterrados. Todo eso quisiera Manuela. Todo
eso.
Pero todavía no puedo. Te escribo sólo como expresión de
deseo. A veces me pregunto si el deseo tiene la potestad de conducirnos hacia
algún lado. ¿Qué será de la tía Elena? Ahí la tenés, cómo me cuida y me quiere;
ella es Elena, la más bella de todas. A veces me preocupa su salud; debe ser un
capricho, siempre luce tan saludable y alegre.
Voy a volver a escribirte cada vez, seguramente después de
quizás años de silencio. ¿Tendré que irme solo para volver? ¿No es volver la
verdadera satisfacción del viaje?
Una última cosa: sos mi única confidente, necesito que me
escuches, que no me cuestiones cuando
quiera irme: si no lo haces vos, no sé quién más podría hacerlo. Prométeme
guardar silencio; todavía me queda mucho tiempo, necesito saber que nuestra
incondicionalidad de hermanas nos mantiene y mantendrá siempre unidas.
Te mando un abrazo apurado como un mal manuscrito y a posar
quieta que estas oportunidades no aparecen en cualquier momento...
Tuya, como
siempre, Isabella.
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