Probar para llegar a algún lado. (Sobre "Prueba y error", dirigida por J.P.Gómez)

... y seguí yendo al teatro, tenía unas ganas enormes de encontrar algo sobre lo que escribir. La pieza se estaba haciendo desear, "no me vas a encontrar tan fácil" susurraba caprichosa. Hasta que un jueves caí en Timbre 4. Al otro día volví al almohadón de siempre. Lo encontré mullido, gordito, un poco solo: me estaba esperando hacía rato, como el más fiel. Salió esto.


PRUEBA Y ERROR


En un anticipo de lo que vendrá, Prueba y error adelanta con su título la experiencia de la que el espectador habrá de ser testigo en la próxima hora y media. Prueba y error en los vínculos, prueba y error en la puesta, prueba y error en las decisiones que toman los personajes, prueba y error en los modos que encuentran los actores para hacerse cargo de sus actos, y así.

Pero empecemos por partes y acerquémonos desde lo anecdótico: lo primero para decir es que en Prueba y error no hay mensajes, verdades o soluciones para a los problemas que se plantean. Hay un cuadro familiar complejo, y personajes que lo padecen. Es significativo que en un mundo de adultos - todos desbordados por su propia realidad - la única que parezca conservar la calma y el sentido común sea la preadolescente Camila, hija de Sergio Grey, un artista plástico con un narcisismo irresuelto que siente que “no puede estar toda la tarde jugando al papá”. Padre e hija no están solos: hay una hermana voluntariosa, una madre en sombras (jugadas ambas por la misma y hermosa actriz: Anabella Bacigalupo), un tío/amigo que en el fondo es un pendejo, y un padre postizo que hace lo que puede. Y además, jugando con y entre todos ellos - y empezando a mezclar niveles sin empastarlos - hay un par de iluminadores, un pianista que toca música en vivo, y hasta un público por momentos iluminado como si fuera (o confirmando que es) parte del asunto.

Lo que hace Juan Pablo Gómez al entrelazar tantos niveles es desarmar en vivo la materia de la que está hecha la escena y dejar a la vista todos sus pedazos, el señalamiento de que allí todo se abre: hasta el piano, que comienza como lo conocemos (vestido en su propia madera), a lo largo de la obra también se irá desarmando, su música comenzará a salir ya no de sus teclas sino de sus cuerdas. En Prueba y error todo queda a la vista, no se esconde nada. El misterio, y – desde el punto de vista de esta cronista – el enorme valor de ese no esconder nada, radica en que hay una idea rectora con la cual Juan Pablo Gómez y su grupo El hueco no se pelean jamás. Gómez podrá discutir con el relato clásico, pero no abandona en ningún momento la idea de ficción. Podrá hacer que una actriz cambie de personaje a la vista de todos, dejar ver los palos con los que sostiene las luces, mostrar la caja de la que caen hojas secas para crear el otoño, iluminar al público para recordarle que está allí sólo por un rato, en síntesis, podrá dejar todo el artificio a la vista, pero no se va nunca del territorio de ficción sobre el que construye su historia, ni abandona a sus personajes dejándolos tirados en medio de la nada sin hacerse cargo de ellos. En todo caso, son los mismos personajes los que se encuentran confundidos, es la misma compañía El Hueco la que tiene dudas y las comparte. Como si latiera en ellos la pregunta de cómo ocupar el espacio, como iluminarlo, cómo ser padre o madre, qué es ser artista, o qué hacer en este Buenos Aires superpoblado de obras en el que es muy difícil pero todavía parece tener sentido seguir haciendo teatro. Con una larga historia de pocas obras (la misma frase ya evidencia la constancia) son un grupo que puede darse el lujo de mostrar abiertamente sus preguntas, y compartirlas desde la escena. Es el lenguaje en el que saben moverse, son sus hipótesis, sus pruebas, sus errores. Y lo hacen con la altura de quién sabe hablar la lengua con la que se expresa. Eso, que parece fácil de decir, no es algo dado ni per-se, no sucede por default: es un bien adquirido a base de trabajo, talento y mucha perseverancia. Se percibe (o se supone, para ser precisos) un gran entendimiento entre los miembros del grupo, una confianza ganada. Recordemos que su primera obra fue Un hueco, estrenada en el Club Estrella de Maldonado en 2009, con la que se mantuvieron con funciones durante cuatro años. Seguramente sea esa misma confianza la que los haya impulsado a ir un poco más allá de la fórmula que ya tenían sabida de sí mismos: espacios chicos y los mismos tres actores en escena. Además de proponerse habitar un espacio más grande, una de las decisiones más fuertes que tomaron pareciera ser el hecho de convocar a una nena de doce años para ver qué les pasa con eso, cómo se las arreglan con una novedad tan inesperada en su mecanismo de trabajo.
Luna Etchegaray, la Camila en cuestión, se transforma en el corazón de Prueba y error. Si su personaje es el único que conserva el eje en medio de ese desastre que son los adultos que la circundan, su presencia en escena es de un verosímil y una naturalidad que descoloca incluso al espectador prevenido. ¿Esa nena está actuando? No lo parece, esa nena es. Y eso, con doce años y a las diez de la noche de un jueves en Timbre 4, es casi un milagro. Respecto a la pequeña actriz, sólo cabe esperar que no sea “descubierta” por las fauces de alguna fábrica de pequeñas celebridades de turno, porque lo que tiene Luna Etchegaray adentro es oro en polvo y a ese tesoro hay que cuidarlo. Respecto a su personaje, y volviendo a la ficción que nos une a ella, mirarla hace suponer amargamente que su Camila no podrá salir ilesa de semejante contexto neurótico, y que en el mejor de los casos será una sobreviviente de su propia historia. Hasta ese futuro que no vemos llega la ficción en la que se mueve a obra.


Prueba y error está todo el tiempo en movimiento: luces, actores, situaciones, sonidos; nada está quieto ni tranquilo (salvo alguna que otra escena que llama la atención por su contraste de quietud lumínica y espacial). Así, meciéndose sobre su vaivén, se va encontrando o, mejor, creando. Algunas premisas de las que parten ya no son novedad en absoluto (tomar a John Cassavetes como punto de partida para la experimentación teatral, discutir con el relato clásico, etc.), pero habría que entender que en sí no es la novedad lo que ellos buscan (¡eso ya no es novedoso!), sino que lo que los mueve es el espíritu genuino de buscarse a sí mismos,  de descifrar a través de la escena quiénes son los que están allí haciendo eso, qué mecanismos ponen en juego para hacerlo, y seguir buceando en la probable y ya muy fuerte identidad del grupo. Probando y errando, como lo hacen, es una excelente manera de llevarlo adelante.

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"Prueba y error"
Dramaturgia y dirección: Juan Pablo Gómez //  Con Patricio Aramburu, Anabella Bacigalupo, Nahuel Cano, Luna Etchegaray., Alejandro Hener // Diseño de luces: Matías Sendón // Música: Santiago Torricelli // Asistencia de dirección: Anabella Bacigalupo, Jennifer Permuy.
TIMBRE 4 Jueves - 21:00 hs 

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