Útima carta de Viena. La mirada de Loretta.

Manuela mía, el viaje está llegando a su fin.

            Después de varios días de reposo, Herr Schmidtt finalmente se recuperó. Estoy segura que volverá a las andadas, organizando encuentros y tertulias de las que, con suerte, alguno de sus participantes se acordará al día siguiente. Luego de mi contacto con el ambiente artístico, me atrevo a pensar que la creatividad tiene siempre un precio, y que el talento se paga muchas veces con caras cuotas en el ánimo de quienes lo poseen. 

             Me he enterado que Loretta, dotada como está para la musicalidad y la escena, camina vagando por las noches en los oscuros barrios de Viena, solitaria, quizás descuidada... Negándome a creerlo (¿cómo puede una artista de su talla llevar una doble vida semejante?) sentí el deseo de saber si era realmente cierto. Aproveché una noche en la que Schmidtt no estaba en su casa, me puse mi abrigo y salí a buscarla. Llegué caminando a la orilla del Danubio. Una mujer estaba parada en el borde, mirando fijamente hacia lo profundo. Sin duda era ella, tenía el mismo vestido rojo que usó durante su concierto. Allí estaba, sola, sin más compañía que la noche misma. Desde lejos comenzó a escucharse el eco de unos pasos, un hombre apareció en la curva de la rivera. Loretta, sin movérsele ni un pelo, pero con evidente dominio de su acto, dejó que el desconocido se le acercara. Cuando el hombre estuvo a su lado, le susurró algunas palabras en el oído. Ella seguía quieta, y no llegó a responderle cuando otro hombre se les acercó imprevistamente. Si bien hubo un momento de extrañeza, enseguida el nuevo participante se incorporó a la situación. De repente estaban los tres en pleno acuerdo, y en algún momento tomaron una decisión conjunta porque salieron caminando hacia el mismo lado desapareciendo por una callejuela del Distrito Tercero... Manuela, no pude con mi curiosidad. Sigilosa, comencé a buscarlos enfundada en mi capucha. En Viena, el silencio a esa hora es tal, que bastó escuchar el ruido de sus pasos para encontrarlos. Los seguía de lejos cuando se detuvieron en una vieja puerta vagamente iluminada. Ella sacó una llave, la abrió, y los dejó pasar. Antes de entrar y desaparecer por completo, Loretta percibió, a lo lejos, otra figura estática. Unos ojos desconocidos irradiaban chispas, su presencia era inquietante, llena de deseo y curiosidad, pero su sombra se mantenía quieta y anónima, refugiada en la oscuridad. Manuela querida, esa silueta era la mía. Me paralicé. Loretta me estaba mirando, y estoy segura que me reconoció. Para mi sorpresa, en vez de ofenderse por la intromisión, parecía invitarme a la casa, haciéndome señas con naturalidad, como si me hubieran estado esperando. Yo intentaba acercarme, pero a su vez sentía algo en mí que crecía resistente, cuando uno de los hombres salió a buscarla. Ella me hizo una última seña, pero continué estática enfrentando mi enorme curiosidad a un miedo atroz. Comprendiendo que era inútil, Loretta renunció a su intento y entró con el hombre por aquella puerta. Yo me quedé parada en la oscuridad, sin poder ir ni hacia adelante ni hacia atrás. Una leve llovizna comenzó a mojarme. No pude hacer nada al respecto.

                Al día siguiente, Schmidtt organizó un pequeño encuentro íntimo y Loretta estaba entre los presentes. La miré insistentemente, buscando un punto en el que me reconociera, aunque sea entre nosotras, íntimamente, pero durante toda la noche me ignoró por completo. En su rostro había un par de cicatrices leves. Sólo antes de retirarse, mientras se ponía su tapado, vio colgado en el guardarropas el abrigo con capucha que yo había usado la noche anterior. Lo descolgó y, como si fuera de ella, se puso la capucha y se miró en el espejo. Recién ahí, en un lugar tan inexistente como es el reflejo de un espejo, me miró por primera vez en toda la noche, y esta vez lo hizo fijamente. Mientras lo hacía, de manera imperceptible, sin que se le moviera un solo gesto, comenzó a sonreír por dentro, como sugiriéndome mundos cercanos todavía escondidos, invitándome cómplice a un juego que aún no conozco; algo en su mirada parecía venir de lejos, como una voz vieja y familiar que uno reconoce pero que no sabe con seguridad de dónde…  Luego de lo que para mí fue una eternidad y seguramente para ella unos pocos segundos, Loretta se sacó la capucha, colgó el abrigo, y se retiró de la casa con la misma primera indiferencia. Pese a que esta vez estaba yo bajo techo, otra vez sentí que una lluvia me mojaba, y que nada podía hacer al respecto.

          Manuelita, este viaje me deja más preguntas que respuestas. Hoy, a punto de embarcar mi vuelta, no sé si aquel mundo seguro que dejé en Buenos Aires todavía me espera; haber venido hasta aquí me hizo descubrir que la vida puede ser maravillosa a la vez que asombrosamente incierta. Te dejo como último comentario mi inquietud sobre el estado de salud en suspenso de la Tía Elena. Me escribes que anda atolondrada, descomprimida, un poco inconsciente y diciendo tonterías a cualquiera pero que conserva el buen ánimo. Sólo se me ocurre decirte, déjala así, Manuelita, quién te dice por ahí empiece la solución para todos los tormentos.

               Será pues hasta mi vuelta. Tuya,



                                                                                                                Isabella






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* *  F o t o b u t i k a   e d i t o r i a l  * * 

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Caminando por el Distrito Tercero, una bandada de pájaros sobrevuela caóticamente, durante largo rato, la ciudad. Isabella diría "... y entonces una bandada de pájaros oscuros cubrió con un manto de presagios la ciudad entera...". Por suerte, la realidad queda un poco más cerca que la cabecita de Isabella.

Atrás, el Danubio, muy cerca del lugar en el que Isabella encontró a Loretta. 
Adelante, una prima cercana de Isabella posa para nosotros. 




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EL VIAJE DE ISABELLA


París, junto a la querida Madame Cleraux, durante el viaje en globo. 
Atrás, la Torre Eiffel. ¡Era cierto!

Varesse, norte de Italia. El dedo acusador de Moisés, que todo lo controla. Isabella no parece demasiado preocupada.


EN SOCIEDAD

Viena, cena real. A la izquierda, una importante miembro de la alta nobleza italo-criolla dijo presente.


Alta definición, precisión en el gusto. Malbec Pinot 1987, a Isabella no le caben dudas.


  Viena. Con miembros de la realeza polaca, de imprevisto, en los jardines del Palacete de Schmidtt.

    Ahora sí, posando comme il faut en los jardines del Palacete de Schmidtt.

Viena, Lusthaus. Medio locarda, Isabella posa entre el gentío.


Lusthaus. De parranda con un príncipe semita.


Viena, Prater. Entrecerrando los ojos, la sombrilla amarilla de atrás resulta una especie de sombrero japonés del tipo hélice giratoria con el que Isabella podría salir volando.


Isabella y yo, en la intimidad




Decida usted  a quién creerle, cuál es la original y cuál copia.




(fotos gentileza del queridísimo Robert Newald)






Comentarios

  1. Querida Isabella, come stai? ieri sera sono uscita e percorrendo la Ringstraße verso il Gartenbau, ho visto Loretta camminare abbracciata ad un uomo che non era Herr Schmidtt. Ho voltato la faccia per non essere indiscreta ma non sono riuscita a trattenere la mia curiosità, per cui ho guardato bene e indovina chi era l'uomo abbracciato a Loretta? Era il Dottor Freud! Sì mia cara, hai letto bene! Era proprio lui, quel grande sporcaccione del Dottor Freud!Comuque sia amicona mia, mi manchi! Mi mancano le nostre risate che riempivano il settimo piano dell'Hilton, mi manca la tua aura, la tua allegria, mi manca il tuo sorriso dolce. E mentre ora tu te ne stai nel bel caldo di Buenos Aires in compagnia di Manuelita, a me tocca passeggiare sola soletta lungo il danubio in questa grigia triste Vienna. E cosa farò ora che anche la nobiltà italo-persiana-polacca mi ha abbandonata?

    Ti abbraccio forte amicona mia e spero tanto di avere presto tue notizie.
    Tua Mafalda

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  2. Mafalda querida, qué alegría haber recibido noticias tuyas... ¡Menos mal que me has escrito! lo que dices me ha preocupado: ¿De veras has visto a Loretta con el Dr. Freud? Mafalda, ¡eso queda fuera de todo encuadre! Yo le había escuchado decir a Herr Schmidtt que Loretta precisaba ayuda, que su ánimo requería medicina; pero esto que me cuentas me hace preguntar si el Dr. Freud no se estará sobrepasando en sus atribuciones medicinales.

    Amiga mía, ¡ya te extraño! Tú también me faltas. Por favor, sabe cuánto me alegra habernos conocido, la enorme fortuna que hemos tenido de cruzarnos. Acá por suerte, Manuelita me estaba esperando con su alegría de siempre, y si bien no suple tu presencia, alegra con su luz y su sonrisa mi llegada.

    Te envío un abrazo grande como el Atlántico, y lo haría igual aún si te tuviera frente a mí, tal es el cariño que hemos cultivado en este breve lapso.

    Tuya,

    Isabella

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  3. Aquella Isabella persiguiendo a Loretta por las oscuras callecitas vienesas me recuerda a Harry Lime escondido en un zaguán mientras amigos y rubia novia lloran su fraguada muerte. Imposible imaginar a aquel tercer hombre henchido de inmensa crueldad, girando en el mismo Riesenrad del Prater donde Isabella imaginó paisajes unicos e irrepetibles!!!

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  4. Vio Monsieur Rosé? En cada situación anida la memoria de una anterior, y así nos vamos construyendo, sobre las capas de lo acontecido. La persecución de Isabella a Loretta no le hacía especial homenaje a Harry Lime, pero ahora que usted lo dice me hace pensar si no habría -a la hora de escribir- algún residuo de todo aquello...

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