Berlín 1

Primera parte.

Berlín 1

Estimados, heme acá de nuevo, en otro viaje. Además del estímulo histórico, edilicio, sonoro, cultural, idiomático y otros tantos más de esta increíble ciudad, otra vez me encuentro frente al mismo enjambre, en un nuevo dilema de palabras. Estuve ensayando algunas pavadas para empezar el relato, pero –como si de una ecuación matemática se tratara- siento que cada coma me aleja del resultado. Hoy paseaba por la Friedrichstraße pensando en esto, como si los pasos pudieran ser relatados de una sola manera, como si avanzar en el asfalto implicara ir resolviendo el camino con lenguaje, y terminé jugando una suerte de Scrabble urbano e inútil, que no me llevó a ningún lado más que tres cuadras arriba. La ciudad seguía increíble, y nada –mucho menos yo- había cambiado. Si sigo esperando el milagro, si me quedo en las ganas de completar el juego antes de saber cuáles son las fichas (si sigo respetando como una idiota todos los semáforos, sea cual fuere la luz que tengan), voy a terminar escribiéndoles desde Mar del Plata y no es la idea. En el medio habrán sucedido tantas cosas que la memoria va a pasar factura preguntando dónde mete todo este pasado.

La respuesta está aquí, en este invento que todavía (pese a la caída de la bolsa, la devaluación del euro, la crisis en Antofagasta) existe a mano, en las Bitácoras de viaje, segunda edición: otra vez en estas cartas.

Como la otra vez, y como siempre, son libres. Pero hay varias opciones de libertad. Si quieren ser crueles pueden des-suscribirse aquí, dándome aviso de baja e hiriendo al orgullo siempre imbécil pero cariñoso, que si les mandó este mail es porque en algún momento, bajo alguna forma, pensó en ustedes como amables lectores. Si prefieren el uso de la delicadeza, pueden mandarlas discretamente a sus papeleras para que la ambigüedad del silencio no deje lugar a heridas ni suspicacias. Y si andan con onda respóndanme, mis queridos, que me muero de angustia si a nadie le importa tres belines semejante chorrera de palabras…

Dicho esto, a los bifes, que para algo calentamos la plancha.

Iberia, mon amour

Por suerte, el viaje en avión se hizo corto. “Rápido, se ve que teníamos viento a favor”, dijo uno. Da un poco de impresión que eso pueda ser cierto –técnicamente lo es-, que un viento a favor acelere el tiempo de ese micro aéreo, un coso con alas colgado de la nada que depende de un par de turbinas, del diseño, de la nafta… y del viento, por Dios. Ese delgadez me hizo pensar en la fragilidad de las cosas, en lo nada que somos y todas esas huevadas más bien oscuras que uno piensa cada vez que levanta vuelo. Me reí para tranquilizarme, lo logré a medias; el avión es como el humor, y también como la mayoría de las cosas: al final todos quedamos a merced de los vientos.

La suerte estuvo de nuestro lado y llegamos enteros. Por suerte cuando subimos a bordo, más que la fragilidad del avión, lo que queda expuesto es la fragilidad particular de cada uno, llena de catástrofes y de inconfesables fantasías de muerte. Así que ahí estuve, muriéndome doce horas, y haciéndome bien la zota leyendo interesadamente revistas culturales compradas a rolete como si fueran somníferos y ansiolíticos antes del embarque. La defensa intelectual al descubierto. Admitamos, una ficción con fisuras, ya no nos la cree nadie.


Primera impresión

Si bien estaba cansadísima y Berlín gris y mojada, quería salir por lo menos un rato para ver de qué se trata, ir a buscar la primera impresión, aunque sea somera y superficial, del lugar al que llegué en la primera escala. Parecía una nena vestida con moño, entrando a una fiesta de la amiga de una amiga, que llega hasta ahí porque le dijeron que en un rato va a caer un chico que seguro va a gustarle. Mucha gente en Buenos Aires me habló de Berlín, de lo tremendo que es, de la onda que tiene. Veamos pues, me dije, y cerré la puerta sin más abrigo que mi tapado de lluvia, las llaves de la casa y algunos euros. Tomé el S6 al centro, con un papelito casero por todo mapa. Quería salir a propósito así, sin referencia, a caminar un poco. Sabía que iba a estar de vuelta pronto, el cuero no me iba a alcanzar para demasiado.

La estación Potzdamerplatz es enormemente ancha, y en una de las salidas hay unas escaleras con un corazón de escultura en el medio, un hombre de madera gigante patas para arriba, con media cabeza enterrada en la base. Siguiendo la línea de su cuerpo se puede ver que separa los dedos de los pies casi a la altura del asfalto. A través de los dedos tuve la primera visión de lo que había ahí afuera: vi espejos, edificios, vidrios esmerilados y autos. Parece que aparecí en una de las partes más modernas de la ciudad, algo así como unas cinco esquinas ultradesarrolladas. Me inventé el “circuito de las cinco esquinas” (se hace en tres minutos, es sencillamente cruzar de una o otra) como para empezar a entretenerme, y cuando llegué al lugar de inicio me metí por una las avenidas. Así, como si nada, Berlín me presentó sin demasiadas vueltas restos del muro, la Puerta de Brandenburgo y la calle Unter den Linden, algo así como los Champs Elysées alemanes. „Willst du mich so sehen?”, sentí que me preguntaba la ciudad demasiado segura de sí misma, descontando con que caería en seguida en la trampa. Tuve que rendirme ante la evidencia, tal como habían previsto mis amigas, el chico de la fiesta me gustaba.

En el medio estuvo el reencuentro Nina, la anfitriona de lujo que me alberga en su increíble casa, una visita guiada por el Berlín histórico y un par de curiosidades que reservo para un próximo relato. Son las tres y media de la mañana. Desfallezco.

No me odien por la partecita en alemán, no es arrogancia cultivada, es más bien el que la lengua está realmente muy presente. Para evitar las pavadas que los traductores de Internet arrojan, acá hago el trabajo: “¿Así que querías conocerme?”. A la traducción rioplatense habría que agregarle: “Acá tenés, mirame”.

Coqueta, Berlín.

Besos para Alles,
Vera

Comentarios

  1. Pero Perla querida ya se siente tu ausencia de este lado del Atlántico,por suerte tan bellas palabras alivian esta añoranza.
    "Los años ni las distancias
    jamás pudieron borrar
    de mi memoria apartar
    y hacer que te eche al olvido
    hay mi " perla querida".
    Asi que el chico te gustó? mirá que te dijimos que era irrestible, che. Siga disfrutando Berlin Perla querida.Devorese a ese chico y enseñele lo que es ser latina.

    Perla negra

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