La fiesta
Esta mañana me quedé mirando la nieve, el blanco en los techos del Distrito Primero, como hipnotizada. Fue tanto el trabajo desde que llegué, que antes de ponerme en funciones no tuve ese tiempo necesario para salir del jet-lag y del enorme cansancio que deja un viaje en avión tan largo. Es que la Viennale es –como todos los festivales- una máquina que una vez que empieza no para. Siendo mi cuarto año acá, ya estoy trabajando a la par de cualquiera en el departamento de invitados. El primer año era una especie de exótica miembra del staff, incomprensiblemente llegada de Buenos Aires para trabajar en Viena, a quien se le pedía realmente pocas cosas: entre que hablaba poco alemán y tenía carta libre para conocer la ciudad porque era mi primera vez, mi trabajo más o menos consistía en “eating with the guests” and “going with them to the museums”, como me cargaba Marius, uno de anteojos que trabaja siempre aquí. Pero con el correr de las ediciones fui aprendiendo el funcionamiento del ...